martes, 30 de diciembre de 2008

Partes iguales para todos

Nos narra la historia en Primera de Samuel 30 (todo el capîtulo), que cuando David se fue a guerrear contra los filisteos, los Amalecitas aprovecharon la ocasiôn para ir y conquistar Siclag a tal extremo que se llevaron prisioneras a las dos mujeres de David, Ahinoam y Abigail. Consultô David con Dios si iba a la batalla y saldrîa triunfador, y Dios le respondiô: Ve que la victoria serâ tuya.

Mâs, entre batalla y batalla, doscientos de los seiscientos hombres se cansaron y viendo David que podrîan ir a una muerte segura, los dejô cuidando el campamento y los demâs se fueron con êl, termina la historia diciêndonos que a la hora de repartir el botîn, quienes fueron a la batalla actuândo "perversamente" no querîan repartirles nada a los que se quedaron, entonces David pronunciô una palabras tan cêlebres que se quedaron, dice la escritura (ver el verso 25) desde aquêl dîa: "Como ley y ordenanza entre los de Israel... hasta hoy".

Muchas veces entre nosotros nos peleamos por el reconocimiento, por recibir los mêritos, por ser nombrados entre los de renombre, y cuando no lo somos nos lastimamos. Pero debemos entender algo: Tanto mêrito tienen los que trabajan en oculto como los que trabajan expuestos. Tanto valor tiene, por decirlo de una manera prâctica: El que fue al mercado a comprar los elementos, como el que los cocinô, como el que los sirviô, como el que recogiô la mesa, como el que lavô los platos. Que todos recibamos partes iguales del merito, pues no somos nada uno sin el otro. Y si no es de esa manera... Nadie obtendremos la victoria.