martes, 28 de julio de 2009

Cuando pecamos...

Todos pecamos de una u otra forma, es imposible mientras estemos en éstas precarias condiciones humanas, dejar de pecar. Unos pecamos gravemente y otros pecan livianamente, pero el resultado del pecado es el mismo para todos... muerte. Pues es lo que Dios estableció para todo mortal que peque: "La paga de cualquier pecado es muerte" (Romanos 6:23). Lo bueno, en medio de ésta nuestra tragedia, es el hecho de que para Dios no hay pecado tan grande que no pueda ser perdonado.

Abraham y David, fueron hombres que recibieron grandes favores de Dios, incluso fueron hombres poderosos en su momento, sin embargo en momentos decisivos le fallaron a Dios. Sus temores y sus debilidades les hicieron cometer pecados que merecían la muerte inmediata, y en el caso de David casi que una pena capital por cada uno de sus siete pecados (Falta de cumplimiento a su deber, premeditación, alevosía, abuso de autoridad, engaño, adulterio, infidelidad, por lo menos). Pedro anduvo con el Señor por tres años y medio, y en la hora decisiva lo negó. Pero lo más impresionante de éstos pecados es el hecho de que se cometieron "después de" conocer al Señor, y sin embargo fueron perdonados.

Esa es la esperanza que tenemos nosotros que luego de conocer al Señor hemos pecado, quizás no pecados tan grandes, pero aún que lo fueran: "Esperanza tenemos en Dios". Si los grandes hombres de fe, si los grandes hombres que en algún momento de la historia representaron las grandezas de Dios pecaron y fueron perdonados... nosotros también podemos estar confiados que si nos arrepentimos, el Dios de todo lo creado y de todo lo existente nos quiere de vuelta. No dejemos que el enemigo nos haga creer que estamos perdidos, estamos descarriados pero no perdidos. El amor del Señor es tan grande por una oveja extraviada, que con gozo y seguridad deja guardadas noventa y nueve, por ir, y recoger con alegría a la perdida (Mateo 18:12).