miércoles, 3 de febrero de 2010

Soldados que no derraman sangre.

¿Cómo puede ser que yo viva en una casa de cedro, y mi Señor viva entre las cortinas de una tienda? (2da. Samuel7:2) Preguntó David a Natán. Qué pensamiento y qué corazón el que tenía David, y muchos de sus descendientes en algún momento de nuestra vida, hemos tenido ese mismo pensamiento y deseo. Pero ¿Qué le respondió Dios a David acerca de esa actitud? NO, no me construirás tú una casa, solamente proveerás lo suficiente para que uno de tu descendencia, sea quien me edifique esa casa (vea el verso 13).

¿Cuál fue la razón por la cual Dios no aceptó el deseo de David? Porque David había derramado demasiada sangre. David era un soldado nato, y como tal, había derrotado enemigo tras enemigo, y había derramado sangre tras sangre. Este motivo lo vemos reflejado también en la vida de Moisés. Por muchos años nos preguntamos ¿Cómo un hombre que había sido el más manso sobre la faz de la tierra? ¿Cómo el hombre que había agradado a Dios en todo, no había de entrar a la tierra prometida? Por una simple razón, para entrar a la tierra prometida, había que conquistarla, y para conquistarla había que derramar sangre, entonces ¿Cómo el hombre más manso sobre la faz de la tierra había de hacerlo? Imposible. Por ello tuvo que ser un guerrero como lo eran Josué y Caleb.

Muchos de nosotros no podemos construir casas a Dios, porque hemos derramado mucha sangre enemiga. Por ello, quizás, es que Jesús dejó bien claro el hecho de que a Dios Padre, a EL como Hijo, y al Espíritu Santo se les adora en "espíritu". Jesús dijo a la samaritana: "El tiempo viene, y es llegado ya, en que no adoraréis a Dios ni en éste monte ni en el templo, sino en espíritu y en verdad... ¿Por qué? Porque el Padre tales adoradores busca que le adoren" (Juan 4:21-24). Dios busca y desea soldados, pero soldados que no derramemos sangre. Meditemos.