sábado, 13 de febrero de 2010

¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?

Estas palabras no solamente suenan fuertes... son fuertes. Y aunque cuando las oímos o las leémos, entendemos que fueron palabras que Jesús le dijo a Pedro, son palabras que diariamente nos podrían ser aplicadas a nosotros también.

Cuando uno lee los evangelios mira con cierta incertidumbre ¿Cómo es posible que los discípulos no hubieran aprendido las lecciones tan claras que les dió Jesús, habiendo convivido con EL tres años y medio? Uno no se explica cómo, habiendo visto tranquilizarse las tormentas delante de sus ojos, todavía dudaban si Jesús realmente era quien decía ser. Uno se pregunta ¿Cómo, habiendo visto muerto a Lázaro por varios días, y luego salir del sepulcro caminando por sus propios medios, todavía no creyeron en su resurrección los discípulos que iban a Emaús? ¿Cómo, viendo que luego de pasar toda una noche sin pescar, Jesús les dice, echad la red, y ésta habiéndose llenado de peces, EL no podía llenarlos de poder para predicar?

Bueno, pues no solamente los discípulos pecaron de incrédulos, nosotros también lo hacemos. ¿Quién nos quitó aquella gran carga que llevábamos durante años? ¿Quién nos alivio de aquél matrimonio que era un martirio, por la enfermedad, la pena, el abandono, etc? ¿Quién nos devolvió aquella herencia que nos robaron? ¿Quién nos dió el techo que tanto anhelábamos? ¿Quién nos dió la paz que tanto pedimos? ¿Quién es Aquél, que nos ha librado de tantos males? ¿Quién es Aquél que nos ha respondido todas las oraciones que nos han hecho bien? ¡JESUS! Entonces ¿Por qué dudamos que lo que nos ha ofrecido hoy, no nos lo dará? ¿Por qué pensamos que nuestro problemas no tiene solución? ¿Por qué nos vemos y nos vamos inclinados por nuestra mejor opinión, utilizando el brazo de la carne, cuando EL ya sabe y ya tiene nuestra solución en sus manos? Meditemos, no sea que un día de tantos Jesús nos pregunte ¿Por qué dudaste, hombre de poca fe?