martes, 13 de enero de 2009

Y serêis mi especial tesoro

Todos queremos ser algo especial para alguien, cuando no es asì, ya sea que seamos hombres o mujeres nos sentimos abandonados, nos sentimos aislados, nos sentimos tristes. Nada mâs hermoso y animante que su pareja le reciba con un beso; que sus hijos lo esperen con un abrazo; y no digamos cuando un nieto lo mira a uno y sale corriendo sin medir riesgo alguno para comerselo a besos y abrazos.

El amor, el cariño, las muestras sinceras de afecto, nos hacen sentir que la vida tiene grandes recompensas a los sacrificios hechos en el pasado por o para esos seres amados. Eso, si lo sabemos nosotros como para que no lo sepa el diseñador del hombre, Dios. El "desea" que seamos especiales para sî, El "quiere" que seamos especiales para sî. Y todo lo que nos pide a cambio es que le escuchemos y que le obedezcamos.

Al pueblo de Israel le dijo: "Si dièreis oîdo a mi voz y guardareis mi pacto, serêis mi especial tesoro" (ver Exodo 19:5). Y habîa dicho en 12:49: "La misma ley serâ para el natural como para el extranjero que quiera vivir entre vosotros". En otras palabras, Dios en su infinita misericordia siempre ha querido que muchos seamos su especial tesoro, con sôlo escucharlo y obedecerlo, un precio que no solamente es bajo sino ademâs agradable, pues es caminar bajo su cobertura.