jueves, 21 de mayo de 2009

Acuerdate de tu Creador en los días de tu juventud.

Cuando uno es jóven piensa que tiene al mundo en sus manos, y suponemos que por la fuerza inherente de la juventud, se cree también que todos los planes que uno tiene a futuro seguro los va a lograr, que solamente es cuestión de tiempo, que solamente es cuestión de proponerse las metas, y éstas se alcanzarán. Nada más alejado de la verdad que éste pensamiento. Muy pocas son las personas que tienen el privilegio de ser instruidas por personas sabias, realistas, experimentadas y amorosas, que lo preparen a uno. Mi bisabuela Sofía fue una de ellas, por ello cuando murió, que no fue nuestro primer encuentro con la muerte siendo aún unos niños, pues ya habían muerto nuestro bisabuelo y una tía muy querida, sí fue nuestro primer gran dolor causado por la muerte.

Si alguien llegó a entender el anterior concepto, acerca de la juventud, fue Salomón, quizás por ello fue el elegido por Dios para dejarnos plasmado por escrito el precepto, para que los que conocemos a Dios instruyamos a nuestros niños ahora, para que cuando sean mayores no se olviden de Dios. Veamos la forma en que nos lo dijo: "Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años en los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento". ¿Qué quizo decir? Bueno, primero confirmó que al niño hay que instruirlo... de niño; segundo, que aún y cuando seamos instruidos en los caminos de Dios, y por lo tanto lleguemos a ser sus hijos... habrán días malos, entiéndanse problemas.

El diccionario define vejez como: Senectud o persona vieja, que generalmente empieza a los 60 años. Pero Salomón lo definió así: "Cuando se obscurece el sol, la luna y las estrellas (ceguera); y vuelven las nubes tras las lluvias (el paso de los años); cuando tiemblan los guardias de las casas (temblor en las manos); y se encorban los hombres (pasos lentos); y césan las muelas porque han disminuido (no necesita explicación); y se disminuirán los que miran por las ventanas (nos vamos muriendo uno a uno en una familia); y se pierde el apetito porque el hombre va a su morada eterna (no ha notado lo que cuesta que un enfermo terminal guste comer)". A todo humano le ha de acontecer lo mismo, pero, como unos se van antes que otros a la morada eterna, por ello la Escritura enseña que: No nos olvidemos de instruir al niño, ni nos olvidemos de nuestro Creador en los días de la juventud.