domingo, 3 de enero de 2010

Una historia con un final muy triste.

Cuando Dios integró al pueblo de Israel le dió a un líder, ese líder era el guía material y el guía espiritual de Israel; era el hombre fuerte; era, en una sóla expresión, la autoridad visible para el pueblo. Se llamaba Moisés, era tan especial para el cargo, que le llevó ochenta años prepararse para asumirlo (40 en el Palacio de Faraón y 40 en el desierto).

Era tan capacitado que durante los últimos cuarenta años de su vida, se preocupó por preparar a otro líder, para que, cuando él ya no estuviera el pueblo no quedara acéfalo. Ese hombre se llamó Josué, tenía tantas cualidades como las que poseía Moisés, y tenía una diferencia buena, era guerrero, mientras que Moisés no lo era; pero, tenía una diferencia mala con Moisés, NUNCA prepararó a un hombre para que lo sustituyera cuando él muriera. De ese cuenta y de ese error, nació una segunda generación en la nación de Israel, rebelde. Solamente cuando se levantaba un líder con ciertas cualidades, entonces el pueblo dejaba el desenfreno y volvía a los caminos de Dios (el libro de los Jueces da testimonio de ello). Dios es un Dios de orden, de disciplina, con normas y estatutos, y así es como se maneja y como le gusta manejar a su pueblo. Dios no se maneja por sentimientos, ni por sentimentalismos, ni con lógica, su justicia está basada en sus verdades, las cuales nos ha hecho saber.

En todo lugar en donde usted vea que no hay autoridad, usted verá que no hay orden, que no hay disciplina, y que las normas y los estatutos no se cumplen. Por ello el mundo está como está, porque dice la Palabra de Dios que, aún y cuando TODA autoridad ha sido puesta por Dios, ni siquiera el Israel de hoy tiene a la autoridad que Dios necesita para liberar a ese pueblo de su religiosidad. Viene el día en que Israel tendrá no uno sino dos líderes que lo liberarán de esa religiosidad y lo confrontarán con su Señor, la Palabra los llama "los dos testigos". Volviendo al tema, la historia del pueblo de Israel es tan triste luego de la muerte de Josué, que dice el final del libro de los Jueces: "Cada quien hacía, lo que bien le parecía, porque no había autoridad" (Jueces 21:25). Meditemos.