sábado, 21 de marzo de 2009

Si somos hijos tenemos que parecernos a nuestro padre.

Un hijo es una pequeña copia de los cromosomas de sus padres, sino, simplemente uno no es hijo de ellos. Lo mismo nos sucede con Dios, en el momento en que nosotros aceptamos estar bajo su cobertura, en el momento en que aceptamos seguirle, en el momento en el que lo aceptamos como Padre espiritual, en ese momento EL, sobrenaturalmente, nos cambia los cromosomas espirituales y nos convierte en Hijos de Dios y dejamos de ser hijos del diablo (vea Juan 8:44), en donde se nos dice que a quien obedecemos es nuestro padre.

Pues bien, una de las cualidades de Nuestro Padre es ser "celoso", y EL desea que seamos celosos de sus principios. Nosotros vemos como malos o enfermizos los celos, porque los asociamos a algo malo como lo son los celos maritales, pero entendamos algo, el celo por el Señor y por sus asuntos no es un celo egoista, sino es un asunto de disciplina, de orden, de respeto, es un asunto de amor verdadero.

El día que como Hijos de Dios utilizemos y apliquemos bien los celos de Dios, no solamente nos pareceremos más a EL, sino dejaremos esas inútiles contiendas en pensar que MI pastor es mejor que el tuyo, que MI congregación es más que la tuya, que MI doctrina es la verdadera y la tuya no. Pablo tubo que abrir los ojos con un toque de los cielos para dejar de perseguir y matar a los verdaderos Hijos de Dios, y nosotros podemos estar haciendo lo mismo si el "celo" de los hombres está por sobre el "celo" de Dios en nuestro corazón.