viernes, 18 de diciembre de 2009

¿En dónde estuvo el error y cómo solucionarlo?

Una y otra vez nos hemos encontrado con cristianos que son muy entregados a Dios, cristianos que comparten de lo mucho que nos ha dado el Señor con el necesitado, con la viuda, con el huérfano, con el niño de la calle, con el enfermo, etc. Cristianos que se levantan muy de mañana a buscar qué es lo que Dios quiere y desea de ellos, antes que salir a la calle a ganarse el sustento. Cristianos a los cuales uno podría poner de ejemplo si cualquier persona preguntara ¿Qué es un cristiano y cómo vive?

Sin embargo, hemos visto y sido testigos con profundo dolor, que la segunda generación no tiene el mismo amor por el Señor. Saben que hay un Dios, dicen que creen en ese Dios, PERO NO LO PRACTICAN. No podemos decir que un joven que va a una fiesta mundana el día viernes o el sábado por la noche YA ESTA EN EL INFIERNO, pero tampoco, lastimosamente, podemos decir QUE PRECISAMENTE ESTA CAMINO AL CIELO. Muchos nos han dicho ¿Pero qué hacemos? Son jóvenes, tienen que divertirse y prefiero saber en dónde están y con quienes, que no saberlo. La pregunta es ¿Es eso lo que Dios dijo que debíamos permitir, primero en nosotros, y luego en nuestros hijos? El que los hijos no se reunan con otros jóvenes para adorar a Dios es un problema serio. Un jóven no necesariamente tiene que ir a una fiesta mundana para divertirse.

Desde que Dios eligió al pueblo de israel para que fuera su pueblo, y desde el momento en el que nosotros hicimos una confesión de fe, pura, limpia, y sincera delante de Dios, nos comprometimos a cumplir con sus leyes. Allí empieza el problema y es culpa nuestra si se da. Dios nos dijo: "Y éstas palabras que hoy te ordeno estarán en tu corazón; y las INCULCARAS a tus hijos; y hablarás de ellas cuando estés en tu CASA, cuando andes de VIAJE, cuando estés ACOSTADO, cuando te LEVANTAS... y las REPETIRAS a tus hijos" (Deuteronomio 6:1-7). Allí está, como dijimos, el problema: Nosotros no hemos inculcado y menos repetido a nuestros hijos lo que Dios quiere. Allí está la solución... aunque nos parezca tardío inculquemos y repitamos a nuestros hijos los estatutos de Dios en casa, cuando andemos de viaje, al acostarnos y al levantarnos. Recordemos ésta frase de Pablo: ¿Qué será del impío, si el justo con dificultad se salva?