miércoles, 22 de abril de 2009

Misericordia quiero y no sacrificio.

Como hemos visto en días anteriores, cuando Cristo estuvo sobre la tierra era un tiempo en el que los líderes religiosos estaban desviados, tenían el negocio de Dios que es salvar almas como negocio propio para ganar dinero (Mateo 23:3). Cuando tanto Juan el Bautista como Jesús se presentan en la escena, sus doctrinas limpias y puras sin la mancha de lo material inmiscluidas, simplemente les choca, miraban en ellos la razón del descalabro de su muy eficiente, organizado y solapado medio de vida. Los líderes religiosos ya no estaban haciendo "uso" sino "abuso" de los recursos del templo, abusando aún de gentes indefensas (vea Mateo 23:14).

La respuesta lógica fue el ataque, para los que miraban la religión como un medio de vida, nunca una doctrina podía ir acompañada de un método en donde el dinero y la buena vida no estuvieran incluidos. La única respuesta a ese ataque era la eliminación física de ambos estorbos, y por lo tanto, el ataque a los mismos era inminente. Primero trataron con palabras y ante la imposibilidad de vencerlos o de avergonzarlos en público, siguió el ataque físico. Con Juan el Bautista iniciaron tentándole al preguntar ¿Eres tú el Cristo que ha de venir? vea Juan 1:19-20. Luego le quitaron la cabeza. A Jesús lo tentaban para sorprenderlo en algo, vea Mateo 22:15. Como tampoco pudieron entonces lo crucificaron.

Los religiosos atacaban a preguntas a Jesús para ver en qué le hacían caer: los saduceos en lo de la resurección de los muertos (Mateo 22:23); los fariseos en preguntar cuál es el gran mandamiento (Mateo 22:34). Pero las respuestas de Jesús eran tan certeras que NUNCA más le preguntaron algo, vea el ver 46 de Mateo 22. Cuando alguien se presenta a Jesús con corazón limpio, EL le responde claramente; pero cuando alguien se presenta a Jesús capciosamente, EL le responde por parábolas para que no entienda y no sea salvo (vea Marcos 4:11). El Señor Jesús no vino por nuestras casas, ni por nuestros dineros, EL vino por nuestras almas y todo aquél que entienda ésta simplesa será salvo. Pues El desea misericordia antes que cualquier sacrificio.