martes, 15 de diciembre de 2009

Y serán benditas en tí, todas las familias de la tierra.

Cuando Dios le habló a Abraham para que dejara su tierra, su parentela, y la casa de su padre, para que lo siguiera por fe a una tierra desconocida, apartándolo de la idolatría (Josue 24:1-3), y que lo adorara sólo a EL le dijo: "Y haré de ti una gran nación, y serás bendición. BENDECIRE a quien te bendiga y MALDECIRE a quien te maldiga, y serán BENDITAS en tí todas las naciones" (Génesis 12:1-3). Dios estaba ni más ni menos que dando la "oportunidad" de bendición a todo el mundo como dice Juan 3:16.

Pero había un requisito, y éste era "estar en Abraham", pues la bendición es clara: "Y serán benditas en TI todas las naciones". No importaba de qué nacionalidad era usted, no importaba qué idioma natal hablara, no importaba el color de su piel, o la raza a la que usted perteneciera, para ser bendito por Dios usted tenía que estar en Abraham. ¿Y cómo funcionaba o funciona? Bueno, ayer, en el Antiguo Testamento usted tenía que ser judío de nacimiento o hacerse a las normas y estatutos judíos, Dios mismo se lo hace saber a Moisés en el día del Exodo (12:37-49) cuando parten hacia Canaán. Hoy, usted tiene que pertenecer al Hijo de la Promesa hecha a Abraham, Jesús (Juan 3:16-19).

Hoy, como ayer, vemos que la promesa de bendición y maldición se cumple. Ayer, en el Antiguo Testamento, usted ve como los descendientes de Edom y los amorreos no ayudaron a los israelitas cuando recorrían el desierto y murieron, porque Dios los entregó en su mano (Números 20,21 y 22). Hoy, en los días del Nuevo Testamento, vemos con nuestros propios ojos, cómo, cuando alguien le tiende la mano a un hijo de Dios, éste recibe bendición. Pero también hemos visto cómo, cuando alguien trata de hacer o hace daño a un hijo de Dios, es castigado, porque la bendición y la maldición aún perduran.