martes, 10 de noviembre de 2009

Por un plato de lentejas.

Nuestra bisabuela Sofía quien naciera allá por los años de 1880 y que muriera casi cien años después, cuando eramos pequeños nos contaba muchas anécdotas y nos daba constantemente consejos y dicharachos que nos han servido más de una vez en la vida. Recordamos cuando les decía a nuestras hermanas y primas que, muchas mujeres se equivocaban con querer conquistar a un hombre con el cuerpo o con el mal vestir, cuando a un hombre se le conquistaba sin excepción alguna por medio del vientre, o sea, de una buena comida.

No sabemos a ésta altura si era solamente experiencia o si lo sacó de las escrituras, pero el hecho es que nuestra bella bisabuela tenía toda la razón. En las escrituras vemos cómo un hombre conquista lo que desea por medio de una buena comida. Nuestra historia está en Génesis 25, en donde podemos leer la aventura a la que se lanzó Jacob al cambiar por un plato de lentejas bien cocinadas, una anhelada primogenitura a la cuál Esaú no le tenía el aprecio y el valor debidos. Tarde se dió cuenta Esaú de su errar, pero nada pudo hacer para poderla cambiar. A la luz de cuatro o cinco mil años nos cuesta aceptar la idea de que por un plato de placer, un hombre haya cambiado prácticamente el ser la raíz de un reino, pero sucedió, aún sucede, y lo que es peor, a nosotros mismos.

¿Cuántas veces Dios desea estar con nosotros? Y nosotros preferimos ir a jugar al campo, ver televisión, quedarnos dormidos, estar otro tiempo con los nietos, ir a tomar café con una amiga o amigo, o seguir chateando en internet, etc. En otras palabras, nosotros también estamos continuamente cambiando la presencia de Dios por un plato de lentejas. No podemos criticar a Esaú, si hoy nosotros, hacemos lo mismo. Tenemos que ser como Jacob, estar deseosos de la primogenitura para poder obtenerla. Cada vez que sentimos el llamado del Señor y vamos, la obtenemos; cada vez que sentimos el llamado a estar a solas con El y no vamos, lo cambiamos por un plato de lentejas. Meditemos.