domingo, 14 de marzo de 2010

No hubo otro como él, ni antes ni después de él.

En las historias de los Reyes de Israel vemos un arco iris de personalidades desde el falsamente humilde Saúl (1era. Samuel 9:2 y 21). Pasando por el guerrero David, y Salomón cuya debilidad eran las mujeres, hasta llegar a reyes perversos como Acab. Pero hubo uno que se distinguió entre todos los Reyes de Israel como el mejor, de él dice la escritura que: "Ni antes ni después de él hubo otro como él entre TODOS los reyes de Judá" (2da. Reyes 18:5), se llamaba Ezequías.

Qué testimonio de la gratitud al amor de Dios pudiéramos dar nosotros, si cuando ya no estemos sobre la faz de ésta tierra, digan de nosotros o de un descendiente nuestro palabras como éstas. Qué galardón sería para nuestras pasajeras vidas dejar un testimonio de ésta categoría. Es tan fácil andar por la vida irresponsablemente, andar mintiendo, dejando de hacer lo que nos toca hacer para que lo haga el que viene atrás, pero qué testimonio más pobre dejaremos si vivimos bajo esa premisa. Para dejar un buen ejemplo a los que nos rodean, y a quienes nos conocen, hemos de vivir como dijo Jesús: "Tomando nuestra cruz CADA DIA, no de vez en cuando, sino CADA DIA", por duro que sea.

No hay otro camino para dejar un ejemplo de vida cristiana suficiente, para que algún día se diga de nosotros, o de uno de los nuestros: "No hubo otro ni antes ni después de él, como él". Ese fue el testimonio que nos dejó el Rey Ezequías, pero su raíz era amar a Dios. Dice la escritura que él fue quien hizo lo recto delante de los ojos de Dios; él fue quien rompió las imágenes de dioses extraños a Israel; él fue quien hizo pedazos la serpiente de bronce que había construido Moisés, muy a pesar de que había sido construida por órdenes de Dios (pues ya la idolatraban los israelitas) (2da. Reyes 18:3-4).