martes, 2 de junio de 2009

El camino de la perfección.

Es difícil para uno imaginarse que "somos perfectos", cuando uno analiza sus tareas diarias y mira la falta de esto, la carestía de aquello, lo incompleto de lo otro, piensa uno y dice: ! Cuánto me hace falta para la perfección ¡ Sin embargo, eso es porque lo vemos con los ojos de hoy y con los ojos humanos. Pero Dios en su infinita misericordia y paciencia, no nos mira con esos ojos sino nos mira con los ojos puestos en la eternidad, con los ojos llenos de la misericordia que lo caracterizan, EL nos mira como productos ya terminados y no como productos en el proceso.

Nos imaginamos que así como el productor de alimentos enlatados no solamente mira unas latas vacías en la bodega, los jugos o los preservantes en sus cubas, las frutas o las verduras aisladamente en las mesas de trabajo, sino que mira en su imaginación cómo unas personas van poniendo las latas en la banda de rodamiento, cómo otras personas van introduciendo el jugo, otras más van colocando la fruta o la verdura, pero al final lo único que sale es una lata con una etiqueta... perfecta para ser consumida. Así nos mira Dios, como productos terminados no como productos en proceso.

¿Por qué Jesús diría: Sed perfectos como mi Padre y yo somos perfectos, si no se podría lograr? (vea Mateo 5:48). David nos da una guía para llegar a ese camino de perfección, vea el Salmo 101 completo lo que recomienda entre otras actitudes: Verso 2: caminar en integridad, verso 3: no poner nada injusto delante de nuestros ojos, verso 6: poner nuestros ojos en los fieles y no en los impíos; el mismo verso 6: caminar con ellos (los fieles); verso 7: no asociarse con personas que hacen fraude; el mismo verso 7: no decir y menos practicar la mentira. Y esto lo dice como corolario a la inquietud que se había hecho en el verso 2: Señor, entenderé el camino de la perfección cuando "vengas" a mí. David sabía, que el hombre no nos mira perfectos, pero que Dios si lo hace, luego de que EL "viene" a nosotros. Si algún día entendiéramos lo perfectos que somos delante de Dios, nos parece que viviríamos cometiendo menos errores y nuestra autoestima estaría mucho pero mucho más alta.