domingo, 10 de enero de 2010

El arrepentimiento trae confesión y ésta el perdón.

Para poder vencer una debilidad o un pecado tenemos que aceptarlo primero, una persona no dejará de ser mentirosa si cree que no miente; una persona no dejará las malas palabras si cree que no las dice. Nunca vamos a dejar de cometer un pecado si no creemos que lo que hacemos lo sea.

Pedro, cometió el error o el pecado grave de negar a Jesús pero se arrepentió, lo confesó con lágrimas, fue perdonado y nunca más lo cometió; Pablo, cometió el error o el pecado grave de perseguir a los cristianos para encarcelarlos y en ocasiones hasta para matarlos, se arrepintió, lo confesó, y fue perdonado, luego de lo cual nunca jamás lo volvió a hacer. Eso mismo nos corresponde hacer a nosotros. Si queremos dejar una debilidad o queremos dejar de cometer un pecado que tengamos muy arraigado en nosotros tenemos que aceptarlo, y si verdaderamente nos arrepentimos hemos de confesarlo, luego de lo cuál vendrá el perdón, y eso, nos ayudará a no volverlo a cometer, al menos, será el inicio.

Ahora bien, a quién confesó Pedro su pecado y a quién confesó Pablo su pecado. No fue a alguien en especial, fue a donde corresponde, primero confesárselo de viva voz a Dios quien ha sido el primer ofendido, y luego a quienes se ha afectado directamente. Usted, lo hemos dicho en otras ocasiones, no puede ir con Carlos a pedirle perdón por lo que que le hizo a Luis, pues para Carlos va a ser muy fácil perdonarlo y hacerlo sentir bien, porque no tiene nada en su corazón contra usted. Vaya con Luis y pídale perdón a él. Los pecados se confiesan con la parte interesada no con hombres que ignoran el pecado cometido y que por lo tanto no sufren el sentimiento de haberlo recibido. David, oraba hasta por sus pecados ocultos (Salmo 19:12), díganos usted ¿A quién le va usted a pedir perdón por un pecado así? Solamente puede ser con Dios no con los hombres.