jueves, 19 de noviembre de 2009

El nombre tenía un significado.

En la antiguedad en general, no solamente en el pueblo judío, se tenía la creencia que el "nombre implicaba el carácter de la persona", por ello era muy importante para los padres cómo llamar a sus proles. Para nosotros hoy en día, y especialmente aquí en occidente, el nombre simplemente es la herencia o la recordación de un padre, un tío muy querido, el abuelo o cualquier otro descendiente. Pero en la antiguedad no era así.

El nombre tenía un significado muy especial e implicaba, según ellos, lo que se podía esperar de la persona. Vemos cómo Adän, inició declarando que Eva sería llamada "Ishah" porque según él era "varona", pues él siendo "varón" se llamaba "Ish" (Génesis 2:23) y estaba muy consciente que de él había salido. Luego, le puso por nombre "Eva" que significa "madre de todos los vivientes" (Génesis 3:20)... como efectivamente lo fue. Abrahám le llamó "Isaac" a su hijo pues Sara se rió, cuando Dios le ofreció que iba a quedar esperando a los 90 años. "Jacob" significaba "suplantador" y eso fue lo que hizo cuando "suplantó" a su hermano Esaú para que su padre lo bendijera con la primogenitura. Esaú fue llamado después "Edom" que significa "rojo" pues cambió su primogenitura por una porción de "lentejas rojas".

Nuestro nombre pues, aparentemente implica lo que somos, el carácter que tenemos, y quizás hasta implique lo que Dios espera de nosotros. Bíblicamente se puede comprobar que los nombres de las personas los inclinaron a ser lo que fueron y ha hacer lo que hicieron. Hoy sabemos que es el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios quien nos guía, quien nos orienta, quien nos enseña, quien nos habla. Pero, repetimos, bíblicamente hay testimonios de lo que el nombre significaba para una persona. Por ello darle nombre a una persona lo consideraban tan importante. Meditemos.