martes, 9 de febrero de 2010

Cuando la victoria se convierte en duelo.

Absalón, el hijo de David se ha revelado contra su padre, obligado por las circunstancias éste envía por él, pero, le da a sus capitanes la orden de que lo traigan con vida. Abner, queriendo sobresalir, traspasa con su lanza a Absalón cuando éste queda enredado por sus cabellos en una encina (2da. Samuel 18:9).

La noticia llega a oídos de David, y David se derrumba en llanto. Clama a gritos del por qué había de morir su hijo amado y no él, que ya había vivido lo suficiente (2da. Samuel 18:33). Ese día para David fue uno de esos días en los cuales la victoria se convierte en duelo. Así es en la vida actual de todos nosotros los creyentes, muchas veces vamos a librar batallas (o quizás las estamos librando ya) al final de las cuales vamos a obtener la victoria, pero el costo será tan alto, que esa victoria se convertirá en duelo o tristeza. No se nos ocurre mucho en éste momento, pero quizás nuestra batalla sea contra un pariente muy cercano por causa de una herencia; quizás nuestra batalla sea contra un amigo de toda la vida por causa de un puesto en el trabajo, etc.

Toda acción tiene una reacción, es un principio básico de la ciencia. Toda acción que cometa o que haga una pesona creyente o no creyente, también tiene una reacción. Nuestro deber como creyentes es afinar nuestra relación con Dios cada día y a cada momento, para que toda acción que hagamos o que cometamos esté libre de lastimar a nadie cuando haga su reacción. Es la única forma en que, en mucho, evitaremos que cuando obtengamos una victoria ésta se convierta en duelo.