martes, 2 de febrero de 2010

Sed como niños...

Nos narra el libro de Mateo que en cierta ocasión estaba Jesús predicando, y se le acercaron sus discípulos para preguntarle: Señor ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y la respuesta del Señor, como muchas veces, no fue directa. Tomó a un niño y se lo puso en sus rodillas, y entonces les dijo: "De cierto, de cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como éste niño, NO ENTRARÉIS AL REINO DE LOS CIELOS" (18:1-3).

¿Cómo nos hacemos como niños? El fin de semana pasado celebramos una actividad por agradecimiento a Dios por el futuro advenimiento del último de nuestros nietos, el cual naciera primero Dios en el mes de marzo. Cuando sirvieron los alimentos para los niños en el restaurant, llevaron una hamburguesa doble, un volcán de papas fritas, y para ser menú de niños, un vaso de gaseosa enorme. Al momento nos levantamos para hacer la oración con ellos y nuestra nieta de cinco años, Débora, dijo: ¿Puedo orar yo? A lo cuál accedimos. Su oración fue sencilla, ella oró así: "Señor, gracias por ésta comida, está bien Señor... se ve rica, que no le falte a los niños pobres, amén". ¿En donde estuvo lo elaborado de la oración? ¿En donde estuvo la elocuencia de la oración? ¡POR NINGUN LADO! Ella simplemente dió las gracias y pidió un favor a Dios. Eso, según nuestro personal criterio es, ser como niños.

Muchas veces cuando oramos, cuando actuamos como creyentes somos demasiado elaborados, no queremos agradar a Dios sino impresionar al prójimo. No pretendemos, consciente o inconscientemente, hablar con Dios sino demostrar que somos extremadamente espirituales. Si queremos ser grandes en el reino de los cielos, tenemos que ser como niños. Hablemos como niños, pidamos como niños. Lo único que logramos de otra forma, es hacer lo que dice el final de éste diálogo entre Jesús y sus discípulos... ser tropiezos (ver Mateo 18:7).