jueves, 23 de julio de 2009

¿Y nuestros hijos... qué?

Cuano encontramos una ganga, cuando vemos algo bueno, cuando creemos que algo es agradable, etc. lo primero que pensamos es en hacer participar a nuestros hijos y a nuestros seres queridos de ese algo. El hombre por naturaleza es egoista, personalista, y exclusivista, pero en lo que se refiere a sus hijos es un poco más abierto, o, debiéra de serlo.

La Biblia nos habla de cómo los padres deben de pensar en los hijos primero antes que en ellos, nos dice por ejemplo: "Si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo" (1era. Timoteo 5:8). Y nos incita a que nuestros hijos sean educados de tal forma que sean un ejemplo a admirar por los demás, y, especialmente por los incrédulos cuando nos dice: "Sean nuestros hijos como plantas crecidas en su juventud. Nuestras hijas como esquinas labradas como las de un palacio" (Salmos 144:12). ¿A qué viene todo esto? Bueno, al hecho de que ciertamente la salvación de nuestra alma es algo que debemos de tratar en lo personal con Dios, pero también es nuestra obligación, desde que son niños, presentar las virtudes de nuestro buen Dios a nuestros hijos.

No basta con que la gente piense que alguien es bueno sólo porque no hace daño a otros, es que nuestros hijos tienen que ser buenos, y eso depende del ejemplo, de la educación y de la orientación que nosotros les demos. No basta con que nuestro hijo sea el primero de su clase en el colegio, no basta con que nuestra hija sea sobresaliente entre sus compañeritas, es que se trata de que ambos sean como plantas crecidas y como esquinas labradas... por el deroche de virtudes que Dios ha cultivado en ellos debido a que han sido criados bajo su cobertura, y eso, no depende de ellos sino de nosotros los padres. Que van a crecer con sus defectitos, que van a cometer errores, que se van a equivocar, perfecto, son humanos no son pequeños diosese. Pero el asunto es que no podemos ser nosotros un derroche de virtudes y nuestros hijos una constante fuerte de verguenza. Esto en el caso de ser simples ovejas de un rebaño, ya no digamos si estamos en algún grado de eminencia. Qué pena presentarnos delante de Dios algún día y que nos preguntara ¿Y tus hijos... qué?