lunes, 11 de mayo de 2009

Bienaventurado el pueblo cuyo Dios es Jehová.

El ateo se pregunta qué diferencia hay para el hombre entre creer que hay un Dios y no creerlo, si igual sale el sol para todos, si igual cae la lluvia para todos. Pero la historia nos muestra que sí hay diferencia. Un ejemplo muy claro de un pueblo que creyendo en Dios resurge de la nada es Israel. Hace mil novecientos años los romanos entraron a Jerusalén y la destruyeron. Su destrucción fue total, dice la historia que luego de arrasar con toda la ciudad y con el hermoso templo que Salomón había edificado y Herodes reconstruido, araron la tierra, desterraron o exiliaron a todo judío, y hasta le cambiaron el nombre a Aelio Capitolina en honor a uno de sus emperadores Adriano y a Júpiter uno de sus dioses paganos.

Luego, la ciudad permaneció sin judíos por alrededor de mil ochocientos años hasta que Naciones Unidas le acreditara el derecho a Israel otra vez en mil novecientos cuarenta y siete, para que el terreritorio fuera tomado por ellos, esto y para asombro del mundo, con una generación que no conoció a ninguno de aquella generación de hacía diez y ocho siglos, pero que llevaba en sus alforjas el mismo idioma, las mismas costumbres, las mismas tradiciones, la misma meta, la misma identidad, el mismo amor. Nuevamente fue llamada Jerusalén y los que creemos en Dios sabemos que esto sucederá hasta su pronta venida. ¿Cuál fue la difrencia entre israel y otros pueblos que sí desaparecieron, o que, sin desaparecer (véase el caso de Cuba) sí han perdieron su identidad? Dios, esa es la respuesta.

"Serán sus hijos como plantas crecidas en la juventud, sus hijas como esquinas labradas como las de un palacio; sus graneros llenos y provistos de toda clase de granos, sus ganados se multiplicarán por decenas de millares; sus bueyes estarán fuertes y sanos, no habrá robos ni gritos de larma... porque bienaventurado es el pueblo que tiene como Dios a Jehová". Salmo 144:12-15). Y si usted es sabio y prudente, cambie la palabra pueblo por la palabra de su familia y verá todas esas bendiciones en su casa... y esto gracias a Dios, lo podemos escribir con autoridad porque lo hemos visto y vivido. A Dios sea la gloria.