martes, 19 de enero de 2010

Cuando alguien es profeta en verdad.

En los últimos años hemos visto los creyentes con profundo dolor el hecho de que la vanidad, y el orgullo espiritual se ha apoderado del liderazgo en la iglesia de Dios. De unos años para acá, vemos con tristeza cómo abundan los "apóstoles", los "doctores en la Palabra", títulos que solamente envanecen a quien pretende serlo sin lastimar a nadie. Pero, acaso el título que sí lastima a otros por sus consecuencias, es el de llamarse "profeta" sin llegar a serlo.

Abundan los profetas de Dios, hoy, más que en los tiempos antiguos. El problema es que en los tiempos antiguos, los profetas lo eran, puesto que lo que decía se cumplía "al pie de la letra", característica inequívoca de ser un profeta de Dios. Veamos un ejemplo: Samuel le dice a Saúl: "Hoy, después que te hayas apartado de mí, hallarás dos hombres junto al sepulcro de Raquel, en el territorio de Benjamín, en Selsa, los cuales te dirán: Las asnas que habías ido a buscar se han hallado; tu padre ha dejado ya de inquietarse por las asnas, y está afligido por vosotros, diciendo: ¿Qué haré acerca de mi hijo?" (1era. Samuel 10:2). Situación que se dió "al pie de la letra". En otras palabras cuando alguien es profeta verdadero, lo que dice se cumple al pie de la letra.

Jesús decía: "El que quiera ser el mayor en el reino, sea el menor aquí". Inventando títulos, y queriendo ser más que los demás mal usándolos no implica que se vaya a ser mayor en el reino. El servicio silencioso es más agradable a Dios que el servicio bullicioso. Vamos pues a servir a nuestro prójimo SIN levantar mucho polvo; extendamos nuestra mano al necesitado SIN poner vallas publicitarias estratégicas; demos de lo mucho que hemos recibido, SIN sonar la campana como lo hacía el hombre rico, así evitaremos que todos sepan qué es lo que hacemos y cómo es que lo hacemos.