miércoles, 30 de septiembre de 2009

Por qué apelamos tanto a la sangre de Cristo.

En diferentes oportunidades hemos estado en algún almacén y entra alguien haciendo un reclamo o apelación, y lo primero que dice es: Quiero hablar pero con el gerente o el encargado de la tienda. ¿Por qué? Pues porque ellos saben que la última palabra la tiene quien manda, no un empleado de tienda o un encargado de mostrador.

Esa es la misma razón por la que los que en alguna medida tenemos el privilegio de hablar de las bondades de la Palabra de Dios, apelamos siempre a la "sangre de Cristo". Apelar a la sangre de Cristo, dice la Palabra de Dios, es lo único que puede limpiar y perdonar los pecados del hombre. Cristo es el gerente de la tienda en donde podemos apelar a que nuestros pecados sean perdonados, no importando cuáles hayan sido o sean. Y esto, es lo más importante, NO IMPORTANTO CUALES HAYAN SIDO (Tiempos gramatical pasado) O CUALES SEAN (Tiempo gramatical presente), siempre y cuando sigamos la recomendación que Cristo le hizo a todos aquellos que, físicamente fueron perdonados cuando EL estuvo sobre la tierra... VETE Y NO PEQUES MAS. El sacrificio de Cristo en la cruz fue, es y será suficiente para perdonar cualquier pecado, pero siempre y cuando hagamos una lucha por dejar ESE pecado.

El Apóstol Juan, el llamado Apóstol del Amor, nos lo dice así en su primera epístola, capítulo 1 y versos 3-7: "Lo que hemos visto y lo que hemos oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión... una comunión VERDADERA con el Padre y con su Hijo Jesucristo... pues la sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de TODO pecado". Si sabemos que hemos pecado, si nos sentimos culpables, dice Juan en el caítulo 2 y verso 1: ABOGADO o sea defensor, tenemos en Cristo Jesús nuestro Señor. El mundo puede rechazarnos, la sociedad puede rechazarnos, la familia puede rechazarnos, nuestros amigos pueden rechazarnos, pero CRISTO NUNCA... pues a eso vino EL a morir a la cruz, para aceptar a todo aquél que se acerque a EL, así hayan sido rameras como la Magdalena, adúlteras como la samaritana, ladrones como Zaqueo, iracúndos como Juan y Jacobo, incrédulos como Tomás, asesinos como Pablo, religiosos hipócritas como José de Arimatea y Nicodemo, etc.