miércoles, 10 de febrero de 2010

Un reino dividido no permanece.

Luego de terminar la esclavitud con los egipcios, Israel pasa un período de unificación muy fuerte en el tiempo de los Jueces, de Samuel, del rey Saúl, y por último del rey David. Pero, viene el reinado de Salomón período durante el cual éste decide iniciar muchas construcciones, razón por la que necesita mucho dinero, el resultado, decide imponer, por consejo de sus asesores más jóvenes, más impuestos. Esto trae un descontento dentro del pueblo e inicia la separación de las tribus.

Solamente esa desaveniencia hizo falta para que el pueblo de Israel se dividiera y por lo tanto se debilitara, unas tribus (10) toman para el Norte, instalan su capital en Samaria y se autodenominan el reino de Israel; las otras (2) tribus toman para el sur, instalan su capital en Jerusalén y se autodenominan el reino de Judá. Esa división causa que los asirios conquisten el reino del Norte, y años más tarde los babilonios conquisten el reino del sur (2da. Reyes). ¿No es acaso ésta una lección práctica para nosotros como personas, como familias, como creyentes? Creemos que Dios nos está dando en éste punto un mapa de lo que va a sucedernos si no somos unidos como personas a EL; como familias a EL; y como creyentes a EL.

En una ocasión unos discípulos de Jesús vieron que seguirle era una cuestión de llevar una vida muy dura, de mucho sacrificio y de mucha entrega, su decisión fue... marcharse de su lado. Entonces Jesús les pregunta a sus otros discípulos. ¿Y vosotros, queréis marcharos también? Y la respuesta de ellos es a lo más elocuente y digna de que nosotros nos la hagamos también: Señor ¿A quién iremos?. Sí, si como personas no vamos a Jesucristo; si como familias no vamos a Jesucristo; si como creyentes no vamos a Jesucristo... ¿A quién iremos? (Juan 6:66-68). Solamente a la destrucción por medio de dividir nuestro reino.