lunes, 3 de agosto de 2009

Dios nos habla a todos.

Uno pensaría que para poder hablar con Dios es necesario ser un santo consumado, una persona sin tacha ni defecto alguno, un hombre o una mujer de aquellos que cuando pase por delante de otros, éstos se tengan que inclinar por sus grandes cualidades y virtudes. Ciertamente quizás ese es el ideal que debiéramos de buscar todos (no incluyendo el que se nos hagans reverencia). Pero a Dios gracias no es necesario ser así para poder hablar con Dios, de hecho, es porque no somos así, que Dios nos habla y que nosotros podemos hablar con El.

Si usted verifica en la hisotoria, ciertamente Dios le ha hablado grandes secretos a los hombres de fe, es más, dice la escritura que Dios no hará nada sin contarselo a los profetas (Amos 3:7). Pero no podemos negar también que hombres que sobresalen por sus impiedades han sido objeto de un mensaje muy clara de Dios. Vea usted a Abimelec, un soberano impío, y es digno de que Dios le hable por sueños, diciéndole que no toque a Sara la esposa de Abraham, pues de lo contrario morirá (Génesis 20:3). Y qué decir de Nabucodonosor, un hombre impío a tal extremo que es considerado una figura del Anti-Cristo, y quien nos iba a decir que fue no solamente el primer hombre en recibir el mensaje acerca del fin de los tiempos, sino que lo recibió completo (Daniel 2:1,30-49), un privilegio que uno supondría era de cualquier santo.

Dios, en su inmensa y absoluta misericordia tiene el anhelo de hablar con todos, con los impíos para que lleguen a ser sus hijos (por ello hoy nosotros lo somos), y con sus hijos para contarles sus planes, para guiárlos, para consolarlos, para tener compañerismo con ellos. ¿O acaso en lo natural nosotros no nos gozamos el compañerismo con nuestros padres?