sábado, 13 de junio de 2009

Una carrera con paciencia y sin peso.

El escritor del libro de Hebreos nos llama a los creyentes en Cristo a que: "Teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, corramos la carrera que tenemos por delante", pero es precioso el consejo con que nos anima: "Corrámosla, pero con paciencia y sin peso alguno de pecado. No cabe duda que son las dos claves para que podamos terminar la carrera, y para que aparte de, la terminemos con éxito.

Aquí en Guatemala cada fin de mes de mayo, aproximadamente, se celebra una carrera matadora físicamente llamada "La media maratón de Cobán", todos los participantes que se inscriben reciben un número, ese número queda registrado en una lista la cual al término de la carrera es revisada para ver quién terminó la carrera y quien no, a quienes la terminan no importando el puesto en que queden le entregan una medalla de participación. En los juegos olímpicos existe otra que se llama de relevos, en donde cuando uno recorre una cantidad de metros específicos alquien más le recibe la estafeta y corre el trecho siguiente.

Dios nos ha puesta a nosotros a correr la carrera del creyente, esa carrera se asemeja a las dos que acabamos de mencionar, a la primera porque todo participante al final recibirá una medalla, no importa si entra de primero o si entra de último, TODOS tenemos derecho a nuestra medalla como galardón; el asunto es correr esa carrera con paciencia, sin peso de pecado y con dignidad. La otra carrera se asemeja a que nuestra carrera como creyentes dura 30, 40 y quizás un poco más de años, pero que al final hemos de dejar la estafeta en nuestros hijos, en nuestros nietos, y en otras generaciones, qué importante es pues, que lo hagamos con dignidad delante de Dios, para que sea EL el que nos dignifique delante de los hombres. No estamos hablando en la carrera cristiana de decir que somos cristianos, estamos hablando de que un buen árbol da un buen fruto , somos responsables de nuestros hijos, y de los hijos de éstos, y de las generaciones que nos ven... ¿Estamos instruyendo a nuestros hijos en la carrera del creyente? ¿Podemos levantar la frente ante los áctos de nuestros hijos? o simplemente pensamos: es que ya son grandes y no podemos obligarlos... los tiempos que vivimos son otros... a su tiempo... etc. etc. poniendo excusas para no cumplir con nuestras obligaciones y cargando con el peso de la culpa, haciendo que ni ellos ni nosotros podamos correr bien.