jueves, 14 de enero de 2010

En el mundo por mérito, en el Señor por misericordia.

¿A quién no le agrada ganar un premio, recibir un galardón o un reconocimiento? Todos luchamos por ello, y en algún momento de nuestra vida lo anhelamos. Vemos cómo a algunos deportistas les entregan galardones por años de trabajo constante, de records, y de grandes estadísticas. ¿Por qué? Porque "se lo merecen". Vemos como a algunos empresarios los premian con plaquetas de reconocimiento en eventos especiales. ¿Por qué? Porque "se lo merecen" luego de una gran trayectoria como industriales, comerciantes o banqueros.

El creyente también recibe premios y galardones en su caminata, con la única diferencia que en ese camino, nada de lo que recibe es por mérito, todo es por la "gran misericordia de Dios". Pedro no fue apóstol de Jesús por ser un gran pescador, sino por misericordia; Pablo no fue el gran escritor del Nuevo Testamento por méritos, sino por la "gran misericordia de Dios". Usted y yo, no andamos en los caminos de Dios por nuestros propios méritos, sino por la "gran misericordia de Dios". Si por méritos vamos: Abraham no debía de ser el padre de los creyentes, pues era miedoso, miedo que lo llevó a entregar dos veces a su esposa a manos de hombres ajenos; Rahab no debía ser parte de la genealogía de Jesús pues era una ramera.

El mundo nos juzga de una manera, pero Dios nos juzga de otra. El mundo es muy duro y muy hipocrita para juzgarnos, Dios no (recurde el por qué David no quiso ser juzgado por los hombres sino por Dios cuando pecó con Betsabé), porque comprende nuestras debilidades y además, no mira lo que somos sino lo que EL piensa hacer con nosotros. En otras palabras no nos mira como producto en bruto sino como producto terminado. De lo contrario NADIE podría entrar al cielo.